“El toro no es un animal para nosotros; es muchísimo más: un símbolo, un tótem, una aspiración, una eucaristía con los de alrededor y los antepasados. Al toro lo pulimos, lo alimentamos, lo sacralizamos, lo picamos, lo banderilleamos, lo matamos, lo aplaudimos o pitamos tras su muerte, lo descuartizamos, nos lo comemos y lo poetizamos y lo pintamos y lo musicamos. Quítese el toro de aquí y veremos qué queda. ¿Nos reconoceríamos sin la pasión en su pro o en su contra?” Antonio Gala

viernes, 27 de junio de 2008

Parar, templar, mandar y... ¡¡¡gol!!!

Así, siguiendo las normas clásicas del arte de torear, consiguió ganar el partido, y clasificarse para la final de la Eurocopa, la Selección Española de fútbol en el día de ayer.

No es que sea este un espacio para hablar de fútbol, raras veces, y en situaciones muy puntuales, se hace. Esta es una ellas porque el juego desplegado por la Selección en el día de ayer, sobre todo en el segundo tiempo, se ajustó perfectamente al espíritu de las normas clásicas de torear que, como reza el titular de este artículo, no son otras que: parar, templar, mandar y… ¡¡¡gol!!!

Pero vayamos por partes y centrémonos en unos pocos detalles que, por su inspiración, belleza plástica y milimétrica precisión, no desmerecen de algunos de los momentos más sublimes de los grandes artistas del toreo. A destacar, en primer lugar y sobre todos, la secuencia del segundo gol: Ramos recoge un balón suelto en el pico derecho del área, mira y manda un pase templado a la corona del área, lugar en donde se encuentra el 10, Fábregas, que viendo llegar el balón, con toda la naturalidad del mundo, como si la cosa no fuese con él, adecua el pie de la forma precisa para mandar un pase inverosímil y perfecto al mismo punto de penalti, en donde aparece Güiza que, con más naturalidad incluso que su compañero, se recrea en la suerte, para el balón con la derecha, templa la salida del portero y le manda una suave vaselina que lo supera por arriba.

Así contado no pasa de ser la narración de un buen gol, como tantos que se producen en otros tantos campos de fútbol, pero visto en directo, en el campo o en la televisión, a tiempo real, es un golazo. La precisión de las líneas de los pases, la fugaz aparición del pie de Fábregas, cambiando la trayectoria del balón -cargando la suerte, como si de un trincherazo del Faraón de Camas se tratara- hacía la posición más inverosímil, vigilada y comprometida del área, cosa que causó perplejidad y sorpresa en los defensas rusos y permitió a Güiza, atento, como un depredador, a las vacilaciones del contrario, tener esa milésima de segundo para pensar delante de la cara del toro… -perdón, del portero quería decir- y mandar al fondo de las mallas el segundo gol de España. Fue el momento mágico del partido, el que lo rompió definitivamente, a partir de ese momento el toro… -perdón de nuevo-, los rusos se entregaron.

El tercero, con los contrarios ya entregados a la técnica, el arte y la torería de los españoles, fue otro golazo: Iniesta recibe un balón en la banda izquierda, a la altura de la medular del campo español, otea el horizonte y da un pase largo, al hueco, el balón corre la banda, llega con ventaja el 10, Fábregas, que la acompaña hasta el pico del área, con tranquilidad mira, observa la posición de sus compañeros y templa un pase medido al centro del área, por allí aparece Silva, que para la pelota con la derecha, se la acomoda y chuta con la izquierda. Fue como una estocada en todo lo alto, el partido se acabó en ese momento, aun quedaban más de quince minutos por jugar, pero la voluntad de los contrarios había sido quebrada por el juego, por la inspiración, por el arte, de los toreros… -que obsesión la mía-, de los jugadores españoles.

En el primer gol, Iniesta caracolea por el pico izquierdo del área y, cuando todo el mundo se esperaba un tiro a puerta, se para, mira y templa un pase al corazón del área que Xavi, entrando por el centro y adelantándose a los defensas, manda la pelota al fondo de la red. Quizás la belleza de este gol no sea la del segundo, maravillosa toda la secuencia, ni se acerque a la del tercero, pero sirvió para abrir el camino, para confirmar cual era el juego adecuado para derrotar a un fuerte y crecido enemigo, bravo y encastado, que se había venido arriba a lo largo del campeonato y se presentaba como un serio aspirante al título. Como a los toros poderosos hay que bajarles la mano para, primero, poderles y después torearlos con arte, con el equipo ruso había que seguir la misma táctica, bajar la pelota al piso y, utilizando los recursos de la técnica, vencer su superioridad física mediante juego corto, rápido, imaginativo, preciso y raso. Así se hizo y ahí esta el resultado, pudo haber más goles, por el buen juego, el dominio aplastante y las ocasiones perdidas... otra vez será. Suerte y que la inspiración, la precisión, el desparpajo, el arte y la torería de los jugadores españoles vuelvan a conjugarse en la final.

Como decía Pepe Luis, hay lances que se pintan en el aire, que son tan efímeros, de tan corta duración, que en cuanto termina su ejecución se empiezan a desdibujar, pero que te dejan el recuerdo de su belleza efímera para siempre. Eso ocurrió con el segundo gol de España. Si tienen la ocasión de verlo en algunas de las múltiples repeticiones que se harán de ese lance, fíjense, si no la recuerdan, en toda la secuencia, es como una tanda de muletazos ligados y rematados con el de pecho, las reglas eternas del toreo puestas al servicio del fútbol: parar, templar, mandar y… ¡¡¡gol!!!

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