“El toro no es un animal para nosotros; es muchísimo más: un símbolo, un tótem, una aspiración, una eucaristía con los de alrededor y los antepasados. Al toro lo pulimos, lo alimentamos, lo sacralizamos, lo picamos, lo banderilleamos, lo matamos, lo aplaudimos o pitamos tras su muerte, lo descuartizamos, nos lo comemos y lo poetizamos y lo pintamos y lo musicamos. Quítese el toro de aquí y veremos qué queda. ¿Nos reconoceríamos sin la pasión en su pro o en su contra?” Antonio Gala

viernes, 4 de junio de 2010

ESPLÁ Y BEATO - HACE UN AÑO

Mañana, 5 de junio, se cumple el aniversario de la despedida de Luís Francisco Esplá de “Las Ventas” madrileñas. Aquel día dio una lección de toreo que puso de acuerdo, y volvió locos, a todos los presentes en el coso venteño. ¿Qué es lo que había hecho Esplá para conseguir tan súbitamente convencer y rendir a todos ante su labor con el toro “Beato”? Torear. Ni más, ni menos. Simplemente torear. Lo que no había hecho nadie a lo largo de todo aquel ciclo de “San Isidro” que agonizaba y lo que, en la actualidad, no hace ninguno de los pegapases del escalafón. De ahí la importancia de aquel momento. De los presentes entonces en la plaza madrileña, una mayoría apabullante no había visto torear de verdad en su vida, lo que habían visto era una novedad absoluta para ellos y debieron sentir en su cuerpo una sensación que jamás habían sentido. Esto es lo único que los diferenciaba de los aficionados veteranos que, aún a pesar de la degradación del espectáculo y el tostón de todos los días, seguían acudiendo a la plaza con la ilusión de sentir lo que se siente cuando se ve torear así, con un toro y sin trampa ni cartón. El alicantino, más dominador que artista, y con un conocimiento total de los secretos de la lidia, no se ha distinguido nunca por el pellizco artístico ni por la plasticidad, y ese día también fue fiel a su estilo, pero explicó en unas pocas tandas de muletazos como se domina y torea a un toro bravo. La explosión de júbilo que se produjo en los tendidos solo se explica si para la mayoría, acostumbrada al encimismo y los pases de uno en uno de la torería moderna, era nuevo y sorprendente lo que veían. Ambos, aficionados veteranos y espectadores de feria, normalmente enfrentados, se pusieron de acuerdo ese día y declararon triunfador a Esplá por el simple hecho de torear como se debe torear.

       

Pero este artículo no estaba pensado para hablar de aquella faena a un año vista, ya se ha hablado mucho y más que se hablará, sino para recomendar la visión del vídeo que lo acompaña, que recoge la actuación del maestro alicantino aquel día con el toro "Beato", y plasmar las reflexiones que me produce la letra de la canción que lo acompaña. El tema es una ranchera interpretada por Cuco Sánchez que lleva por título “Hace un año”:

Hace un año que yo tuve una ilusión,
hace un año que hoy se cumple en éste día, 
recordando que en tus brazos me dormía
que yo inocente, muy confiado, te entregué mi corazón.

Porque la faena de Esplá al toro “Beato” significó para los aficionados un reencuentro con el toreo puro y les devolvió la ilusión después de un ciclo nefasto en donde, salvo aislados detalles de "Morante", nada se había visto. Después de una sobredosis de pegapasismo sin otro fundamento que estar diez minutos delante de la cara del toro durante más de un mes de toros, ver a un torero que hace lo que tiene que hacer: parar al toro, templar su embestida y ligarle varias tandas de muletazos, fue un regalo que ya no esperaban a esas alturas del ciclo madrileño. Sirvió para recargar las pilas de la ilusión por la Fiesta y la justificación para volver a los toros una temporada más.

Ese tiempo tan feliz no volverá,
mi cariño lo pagaste con traiciones,
me has dejado sólo crueles decepciones
pero anda ingrata, como pagas otro así te pagará.

Pero la Fiesta, traicionera como la protagonista de la canción, ha seguido el curso impuesto por los apologistas y propagandistas del “toreo moderno” y lo de Esplá y “Beato” ha quedado en un mero espejismo, en una tarde que fue afortunada porque ese día, un torero que se retiraba después de más de 30 años de profesión se cruzó con un toro que le permitió dictar su última lección de toreo. Pura casualidad. Después, más de lo mismo: ponerse al hilo del pitón, citar con la muleta retrasada, descargar la suerte -dicen- para alargar la embestida, dar los pases de uno en uno, el arrimón… y el toro parado, inválido, a ser posible sin cuernos y, como mucho, chochón… porque en el momento que se mueve con algo de casta cunde el pánico. En lo que ahora es considerado como el momento principal de la lidia, la faena de muleta, se ha reducido el repertorio de pases hasta quedarse tan solo en dos… y de ligar ni hablamos. Aunque todavía es más preocupante el empobrecimiento de la técnica de la lidia porque los jóvenes matadores, y no digamos los novilleros, son incapaces de resolver el mínimo problema que les presentan sus oponentes. Todo esto es fruto del nuevo toreo y nos lleva a un espectáculo soporífero en donde, incluso con los toros que eligen los “figuras” para lucirse, fracasan estrepitosamente y aburren tanto a los aficionados -cosa que no les preocupa y ojala que no volvieran más- como a los espectadores de feria que van a divertirse y pedir orejas… y ese ya es otro cantar.

El recuerdo de tu amor quiero olvidar,
me quisiera emborrachar de sentimiento,
te quisiera yo borrar del pensamiento
pero es inútil, que borracho más y más me he de acordar.

Ha pasado un año entero y estamos peor que el pasado. Este año, todavía menos. Solo se puede salvar una faena de “El Cid”, atornillado por la responsabilidad, y un tercio de quites, en la última del ciclo, que resultó ser la de Beneficencia, en donde "Morante de la Puebla" no solo cuajo muy buenos pases con el capote, y una media verónica llevando el toro hasta donde la espalda pierde su casto nombre, sino que también hizo despertar del letargo a sus compañeros que le respondieron con orgullo y torería en los quites. Pasado ese momento volvieron a la vulgaridad y el aburrimiento al respetable. Ahí esta la diferencia entre el uno y los otros. Morante de la Puebla, posiblemente sea el único torero con vitola de “figura” que conserva la torería clásica que ha sido condenada por el “toreo moderno” a desaparecer. Algunos pocos más quedan, es el caso de Juan Mora, toreros veteranos a los que se les cierran las puertas no sea que vayan a destapar, en una tarde cualquiera, las carencias de los nuevos fenómenos. Craso error. ¿No se dan cuenta los taurinos modernos que lo que emociona, engancha, y hace enloquecer de verdad a la gente es el toreo clásico? ¿No son claros los ejemplos de Esplá hace un año, “El Cid” hace unos días, o "Morante" en el tercio de quites del último día? Nada. Como Paco Martínez Soria en la película “Don Erre que Erre”, los que controlan el cotarro taurino, están manoseando y corrompiendo los valores que han mantenido viva a la Fiesta durante siglos y, como un amor descarriado, la están encaminando hacia la pendiente de su propia destrucción.

Pero el tiempo es justiciero y vengador,
y a pesar de tu hermosura placentera,
si hoy te sobran muchos hombres que te quieran,
verás más tarde, no habrá nadie que se acuerde de tu amor.

Hace un año que yo tuve una ilusión.

Ojala que estas reflexiones solo sean una ensoñación metafórica producida por el letargo de tantas tardes soporíferas soportadas y que la Fiesta de los Toros tome un nuevo rumbo ilusionante para todos los aficionados recuperando y fortaleciendo sus señas de identidad. Mientras tanto, siempre se puede volver a ver el vídeo.

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