“El toro no es un animal para nosotros; es muchísimo más: un símbolo, un tótem, una aspiración, una eucaristía con los de alrededor y los antepasados. Al toro lo pulimos, lo alimentamos, lo sacralizamos, lo picamos, lo banderilleamos, lo matamos, lo aplaudimos o pitamos tras su muerte, lo descuartizamos, nos lo comemos y lo poetizamos y lo pintamos y lo musicamos. Quítese el toro de aquí y veremos qué queda. ¿Nos reconoceríamos sin la pasión en su pro o en su contra?” Antonio Gala

jueves, 17 de mayo de 2007

Mi abuelo Bernardino

Mi abuelo Bernardino era del “Bomba”, este nombre era el que con más admiración citaba cuando hablaba de los toreros de su época, lo que no pudiera “el Bomba” no lo podía nadie. Seguramente ese fuera el primer nombre de torero que quedo impregnado en mi subconsciente, porque las primeras informaciones sobre el mundo de los toros de las que me acuerdo se asocian a él.
Mi abuelo Bernardino tuvo que nacer hacia mitad de la década de los ochenta del siglo XIX, cuando “Lagartijo” y Frascuelo estaban al final de su carrera, y sus primeros contactos con la fiesta debieron de ser en la época de esplendor del “Bomba" y presumia de haberlo visto torear. Junto a este nombre iban grabándose en mi subconsciente taurino otros nombres legendarios de los que hablaba continuamente: “Lagartijo”, “Frascuelo”, “Machaquito”, “el Guerra”, Vicente Pastor, “el Gallo”, “Joselito”, Belmonte
Recuerdo vagamente que mi abuelo Bernardino una vez me llevó al cine del pueblo para ver una vieja película de toros en blanco y negro, creo que se trababa de un documental titulado “La edad de oro del toreo”, con posterioridad este documental ha sido publicado en vídeo, emitido por televisión varias veces y desde hace algún tiempo lo tengo en mi poder, cuando lo veo, y hace poco volví a hacerlo, me acuerdo de mi abuelo. Seguramente fue la primera vez que vi imágenes animadas de toros. En aquellas película salían imágenes de todos los nombres que repetía mi abuelo con más admiración y que a mi ya me resultaban familiares.
Mi abuelo Bernardino se debía de parecer mucho a aquellos legendarios aficionados de los que nos hablan las crónicas antiguas, aquellos que sí tenían que vender el colchón para ver a Joselito y Belmonte, lo vendían… No puedo afirmar que esto lo hiciera mi abuelo, pero mi tía Fran, hija suya, con más de noventa años, y poco antes de su muerte, me decía hablando de él con un tono de ironía:
… ¿tu abuelo?… tú no conocías a tu abuelo…
Mi abuelo Bernardino estaba suscrito al “Dígame”, todas las semanas recibía “el papel”, como el lo llamaba, se ponía "los anteojos" y lo iba leyendo atentamente, miraba las abundantes fotografías que traía la revista, como por rutina se humedecía el pulgar cuando tenia que pasar las páginas e iba comentando las noticias y las fotos en voz alta. Esa era la época en que pasaba las vacaciones de verano en el pueblo -yo estaba en esa etapa de transición entre la niñez y la adolescencia- y pasaba muchos ratos con mi abuelo, y además una forma de entretenerse era ver las fotos de la revista y leer las noticias juntos. Seguíamos el escalafón, la corrida de Madrid, las ferias y la multitud de pequeñas reseñas que informaban de los festejos celebrados en pueblos y ciudades, pero para mi lo más impresionante del “Dígame” eran las fotos, enormes, de página entera e incluso de dos páginas, de toreros triunfantes cargados de trofeos y faenas históricas.
Mi abuelo Bernardino, en esa época, era de “el Viti”, el le llamaba “el Veti”, no había otro torero como “el Veti”. De la generación anterior hablaba con entusiasmo de de Luís Miguel, y remontándose en los tiempos tenia en mucha estima a Ortega y Marcial. En la competencia más famosa que se ha dado entre toreros, poco antes del año veinte, y que dividió al país en dos, mi abuelo era de Joselito”, sin duda, lo atestiguan la cantidad de referencias a su grandeza y poderío mientras repasábamos las noticias del “Dígame” a mitad de la década de los sesenta del pasado siglo XX.
El Olimpo taurino de mi abuelo Bernardino estaba formado por: “Lagartijo” y Frascuelo en el centro, “el Bomba” a su derecha y Joselito a su izquierda.

P.D.: Los orígenes de mi afición a los toros están aquí, en estos recuerdos que he ido desempolvando entre las nebulosas de la memoria. A mi abuelo Bernardino le debo, más que a nadie, el gusanillo de la afición. A él le toco vivir "la edad de oro" en todo su esplendor, y a mi esta "edad de plomo" que nos consume. Cosas de la vida. Vaya este pequeño recuerdo en su honor.

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