“El toro no es un animal para nosotros; es muchísimo más: un símbolo, un tótem, una aspiración, una eucaristía con los de alrededor y los antepasados. Al toro lo pulimos, lo alimentamos, lo sacralizamos, lo picamos, lo banderilleamos, lo matamos, lo aplaudimos o pitamos tras su muerte, lo descuartizamos, nos lo comemos y lo poetizamos y lo pintamos y lo musicamos. Quítese el toro de aquí y veremos qué queda. ¿Nos reconoceríamos sin la pasión en su pro o en su contra?” Antonio Gala

jueves, 30 de octubre de 2008

DE VUELTA

- Hola don Pepe.
- Hola don José.
- ¿Donde se ha metido usted que hace tiempo que no lo veo?
- ¿Y usted?... Que salió ‘escopetiau’ de la última corrida… ni se despidió...
- De vacaciones. Ya sabe, tenemos la costumbre de tomarnos unos días de descanso cuando acaban las fiestas y debíamos salir esa misma noche.
- Pues yo lo mismo… pero de vacaciones nada. Al pueblo a coger las almendras y darle una vuelta al vino…
- No creo que haya trabajado usted mucho. Seguro que ha pasado más tiempo en el bar con los amigotes que recogiendo almendras.
- Bueno, bueno, don José…que no va a ser todo trabajar en esta vida, además el tiempo no ha acompañado y...
- … Que mejor que echar la partidita.
- Venga ya… menos sorna, que seguro que usted no ha dado ni golpe…
- ¿Y para qué son las vacaciones sino…?
- Pues eso…
- ¿Y ahora qué, don Pepe? Otra vez el invierno, y sin toros.
- Toros, lo que se dice toros, bien pocos hemos visto en todo el año, y cuando por casualidad han salido, los toreros, por lo general, no han estado a la altura de las circunstancias. Y encima, cuando vuelvo, me encuentro con lo que dicen los propagandistas del ‘toreo moderno’ que, sin ningún gramo de objetividad y olvidando que los fracasos más sonados han sido los de las ‘ganaderías comerciales’, se lían a teorizar sobre el ‘fracaso del torismo’, cuando los pocos momentos de emoción que se han vivido esta temporada han sido los proporcionados por toros de esas ganaderías que vilipendian.
- ¡Toma ya! Y toda esa parrafada de tirón ¿Pero usted donde a estado, en el pueblo tumbado a la bartola, o en un seminario de adoctrinamiento?
- ¿Es qué acaso no tengo razón?... Usted mismo, don José, se emocionó y disfrutó como un niño el día de la concurso. Y el otro día, en la de los ‘miuras’, le vi pedir las orejas efusivamente para Millán, y partirse las manos aplaudiendo a “El Fundi” y “Rafaelillo”…
- Es que hubo emoción y eso el lo más importante de la Fiesta…
- Usted lo ha dicho: Emoción.
- Pero también la hubo en la de “El Juli” y “El Cid”.
- No vaya usted a comparar una cosa y la otra, don José… Y del gran triunfador de esa tarde, el que salió a hombros por la puerta grande, ni se acuerda usted, ni nadie.
- No se confunda usted, don Pepe, que a mí ese torero nunca me ha gustado ni me gustará. El arte lo puso el sevillano de Salteras, la mejor faena que ha realizado hasta el momento en “La Misericordia”, en esos instantes también me emocioné…
- Pero menos…
-¿Y usted qué sabe? Las emociones son íntimas y cada uno tiene la sensibilidad en un punto determinado y a mí me gusta el toreo artístico, el que convierte el vendaval de la embestida del toro en suave brisa marina.
- Pero para eso hace falta un toro que embista y, mire usted por donde, los que escogen estos ‘artistas del toreo’ suelen estar más parados que los toros de ‘Gisando’, y los que se mueven lo hacen porque tiene que pasar, pero sin ninguna gana de hacerlo. ¡Ah!, pero entonces sale el figurón de turno, el que se ha llevado el premio a la mejor faena de la feria, y se ‘inventa’ el toro y encima convence… ¡Venga ya!… Eso es un timo.
- Es usted un radical. Hay que ver las cosas buenas de una y otra visión de la Fiesta y ser positivos. No me puede negar usted que este año se han vivido momentos muy buenos de toreros jóvenes, y de ellos hemos hablado en otras ocasiones, y también han salido grandes toros, aunque es preciso reconocer que las ‘ganaderías de garantía’ han fallado más de lo habitual, pero hay que tener paciencia, una mala racha la tiene cualquiera…
- Pero esa benevolencia, don José, no se tiene cuando se trata de las ganaderías que llaman ‘toristas’. Para nada se valoran sus éxitos, es más, por parte de la prensa oficial se ignoran, ahora bien, cuando se trata de un ‘petardo’, sacan el cuchillo y a degüello…
- No se pase usted, don Pepe, que la cosa no es para tanto. La opinión es libre y….
- Y por eso mismo mantengo la mía. Para evitar malentendidos, y puesto que la brecha es cada día mayor, deberíamos llamar a las cosas por su nombre: Esa fiesta menor que promocionan estos profetas del taurinismo moderno, en la que el toro pasa a segundo plano y el torero adquiere el máximo protagonismo, debería denominarse, siendo benévolos, ‘Fiesta de los Toreros’, mientras que a las corridas en donde se corran toros íntegros y en plenitud de condiciones llamarlas por su auténtico nombre: ‘Fiesta de los Toros’. Así las cosas estarían más claras.

sábado, 18 de octubre de 2008

EL TORO INVENTADO

Esta entrada empezó a ser elaborada antes de la que le precede pero, porque las actividades durante las fiestas se amontonan, y por el interés de la corrida de "Miura", quedó aparcada a la espera de su conclusión. Pero mira por donde que, después de publicados los premios que las diferentes entidades otorgan a lo más destacado del ciclo pilarista, cobra de nuevo actualidad porque el destinado a la mejor faena de la Feria ha recaído, precisamente, en el torero, y en el toro, objeto de este artículo. Al día siguiente del festejo todas las crónicas coincidían en que Ponce se había inventado el toro. ¿Cuántas veces hemos escuchado las mismas o parecidas palabras refiriéndose a la labor de este diestro a lo largo de su dilatada y exitosa carrera? El mismo matador lo ha declarado en múltiples ocasiones después de sus faenas y, en sus más de quince años de máxima figura del toreo, muchos triunfos y muchos premios como este los ha conseguido de igual forma: inventándose el toro. Esa es la tauromaquia de Enrique Ponce, la tauromaquia de la apariencia, la tauromaquia sin toro.

El toro inventado es un animal con apariencia de toro bravo pero que ya no conserva casi ninguna de las características que lo hacen apto para la lidia. Dentro de su continente con apariencia de toro, imprescindible para poder llevar a cabo la simulación, ya no tienen cabida la bravura, ni la casta, ni el poder, ni la codicia, ni nada de lo que ha convertido al toro en el eje de esta Fiesta que lleva su nombre. Detrás de su fachada con apariencia de toro bravo se encierran una serie de características como la bobería, la nobleza y la docilidad que los convierte en material maleable, en obedientes marionetas que, en manos de diestros con el temple necesario para su manejo y la escenografía oportuna, parecen lo que no son: toros bravos.

Varios ejemplares de este tipo de toro amorfo salieron al ruedo de “La Misericordia” el pasado día 11 de octubre. Pertenecían a la ganadería de “El Torreón”: descastados, mansos o bravucones, nobles y colaboradores, con las fuerzas justas para simular una varita y un picotazo, con trapío y edad pero más que sospechosos de cuerna… vamos, como se dice en el moderno argot taurino, que servían. Aprovecharlos o no dependía de las capacidades artísticas o técnicas de sus matadores y, cosa cada vez más importante en el toreo moderno, de las ganas. De la terna actuante ese día sólo Ponce, porque sabe y quiso, lo consiguió. Sus dos acompañantes, Castella y Salvador Vega, lo intentaron y, en una u otra medida, y por una u otra razón, no lo consiguieron.

El diestro valenciano en su primero no quiso, vaya usted a saber porqué… Pero en el cuarto, un cinqueño con fachada pero demasiado flojo, cómodo, tan abrochado de cuerna que debería de haber sido desecho de tienta hace un par de años, noble, bobo y colaborador, Ponce desplegó su faena marca de la casa, la que lleva haciendo desde que está en esto… cuando quiere. La cosa consiste en no forzar al simulacro de toro bravo, que pase pero sin obligarle demasiado, no vaya a caerse, o a rajarse, como quiso hacer ese cuarto toro, y desentenderse de la simulación en la que está siendo utilizado antes de que suene el primer aviso, que en esta tauromaquia de la apariencia es como la señal para ir en busca del estoque. Hasta 7 avisos sonaron en el coso de “La Misericordia” esa tarde… ¡7 avisos!

En esta tauromaquia de la simulación el toro deja de estar en el centro de la Fiesta, no interesa el toro bravo y encastado porque puede crear problemas imprevistos, hace falta un animal que se deje… Si el toro no pone lo que tiene que poner no importa, ya se encargará de ponerlo el torero. Cada vez es más corriente que faenas vulgares y pases despegados se rebocen con la parafernalia y el boato de algo trascendente: no son nada, son baratijas a precio de oro. Durante las ferias -con una mayoría de público en los tendidos ignorante de las reglas del toreo y de las condiciones requeridas al toro- todo vale, y todavía más si los profesionales del periodismo taurino, que por dignidad profesional tendrían que enseñar y orientar con imparcialidad a los potenciales nuevos aficionados que se acercan a la Fiesta en estos periodos feriales, se dedican a pontificar y elevar a los altares esta nueva tauromaquia de la simulación con un toro inventado. Enrique Ponce, con una técnica depurada y efectiva que ha ido perfeccionando año tras año -y a los premios conseguidos a lo largo de su carrera me remito- es el más consumado maestro de esta tauromaquia del toro inventado.

miércoles, 15 de octubre de 2008

UNA CORRIDA DE TOROS

La corrida de "Miura" que se lidió en Zaragoza el pasado 13 de octubre fue tan sólo eso: una corrida de toros. Ni más, ni menos. Una corrida de toros. Seis toros con poder, seis ecuaciones diferentes. Durante la lidia, presidida por la emoción que impone en el ruedo el toro íntegro y con poder, predominaron las ovaciones y los aplausos porque todo lo que se hacia delante de esos animales tenía el plus añadido de la verdad. La opinión generalizada de los aficionados, a la salida del festejo, era que se habían entretenido y que se les había hecho corto. Al final de la tarde sólo se había cortado una oreja -no vamos a entrar en debatir su justicia- aunque podrían haber sido varias, pero nadie se lamentaba por ello, incluso los 'espectadores de feria' que, en el día de la apoteosis 'nuñezcuvullista' se había roto las manos aplaudiendo las carreras alocadas de “El Fandi”, o las faenas más clásicas de “El Juli” y “El Cid”, también se las rompieron esa tarde de los “miuras” en la que se corrieron toros con poder a los que se enfrentaron hombres que, por el sólo hecho de enfrentarse a ellos, y si llamamos a las cosas por su nombre, deben recibir el nombre de toreros.

Si en una corrida como la de “Miura”, con todas las dificultades que conlleva su lidia y en donde antes que arte se precisa dominar la técnica de la lidia, los 'espectadores de feria' se rompen las manos de aplaudir, es que, en esa pelea entre el toro y el hombre, hay algo más importante que ponerse bonito y dar cientos de pases a un animal disminuido, previsible y colaborador. Porque ese es el verdadero problema de lo que se denomina como 'corridas comerciales', el toro que se exige para garantizar que los diestros desplieguen su arte es un toro soso y bobalicón, casi siempre afeitado y muy escaso de fuerzas, que no aporta ni una brizna de la emoción que la simple presencia de un toro con toda la barba impone en el ruedo, más bien ocurre todo lo contrario, que trae consigo el aburrimiento a las plazas y ese es el más peligroso enemigo de la Fiesta. Pretender construir una obra de arte con una piltrafa de toro, que es lo que ocurre la mayoría de las veces en las 'corridas de figuras', es una quimera y, salvo muy contadas excepciones, son un fiasco: ni aportan arte, ni emoción, ni nada de nada.

En la corrida de “Miura” de Zaragoza quizás no hubo muchas posibilidades de que cristalizara el arte, pero lo que no faltó fue la emoción y, a pesar de las dificultades de los toros de esta vacada, y eso fue lo más destacable de la corrida, los cuatro primeros ofrecieron posibilidades para el lucimiento. A punto estuvieron de conseguirlo “El Fundi”, en sus dos toros, y “Millán” en el que cortó la oreja, y al que pasaportó, por casualidad, con la estocada de la feria. Al primero de “Rafaelillo”, que apuntó buenas cosas de salida, le pegaron fuerte en el caballo, como a toda la corrida, y lo dejaron para el arrastre. No pudo ser… Enhorabuena para los tres toreros que lo intentaron y enhorabuena para el ganadero que trajo estos toros a Zaragoza… Gracias a los dos por habernos traído esos momentos de emoción a "La Misericordia".

En total: Los 'espectadores de feria' salieron contentos, no se habían concedido tantos trofeos pero las manos les dolían tanto o más que el día de la apoteosis; el tiempo, que se alarga perezosamente cuando cunde el aburrimiento, había pasado como una exhalación; y hasta es posible que alguno, o muchos, recuerden con más nitidez las sensaciones sentidas en esta corrida que en la otra. Los aficionados satisfechos porque, por fin, habíamos visto una corrida de toros, una simple corrida de toros. Ni mejor, ni peor. Seis toros íntegros y con poder que habían planteado seis ecuaciones diferentes a tres toreros dispuestos a resolverlas. Contemplar ese ejercicio y tratar de entender el porque de las cosas que se suceden en el ruedo es nuestra afición. Si además de eso se produce el arte… pues ni te cuento.

sábado, 11 de octubre de 2008

EL NOVILLO-TORO

Ponerse a escribir de la corrida de “Valdefresno” a estas alturas -cuando ya han desfilado por la Feria las de “Fuente Ymbro”, que defraudó a los aficionados, y la de “Núñez del Cuvillo”, con figuras, orejas y lleno en los tendidos- quizás no sea lo más apropiado, porque en las ferias taurinas el paso inapelable de los festejos va haciendo viejas las noticias de un día para otro. ¿Quién se acuerda de lo sucedido hace un par de días? ¿Para qué recordar algo que, además, resultó un aburrimiento? Y más cuando en el día de hoy, según he leído en alguna cibercrónica, han triunfado a lo grande toros y toreros. Nada puedo decir de estos dos festejos porque no he podido asistir a ellos, pero si quiero, ahora que tengo tiempo para hacerlo y aunque sea tarde, escribir algo sobre la corrida de “Valdefresno”.

No voy a perderme en descripciones sobre lo sucedido, otros lo han hecho con más puntualidad y acierto, pero sí quiero dejar algunas reflexiones sobre un dato que a veces pasa desapercibido pero que tiene una importancia capital. Me refiero a la edad de los toros. En la de “Valdefresno”, de siete toros que salieron al ruedo, incluido el sobrero, seis habían nacido en los meses de agosto y septiembre de 2004, por lo tanto tenían poco más de 4 años. Tres tenían la edad mínima que exige el reglamento aragonés que está situada en 4 años y 1 mes. El primero, manso de carreta, que contaba con 4 años y 7 meses, fue un toro rematado y bien presentado que sirvió para demostrar que a sus hermanos menores les faltaba un hervor, en otras palabras, una hierba más. Cuatro años y cinco hierbas. Esta corrida hubiera estado cuajada, rematada y lista para la lidia en las ferias de la próxima primavera, ahora, en Zaragoza, ha resultado 'anovillada' en todos los aspectos: remate, fuerza y comportamiento.

El nombre con el que debería de haberse anunciado esta corrida de “Valdefresno” es de 'novillos-toros', porque los animales que se corrieron estaban en ese limite en el que el novillo se hace toro, en donde la fuerza y agilidad conseguida hasta ese momento se consolida, se redondea, se cuaja, se remata y adquiere su plenitud. Aunque los modernos reglamentos autonómicos lo permitan, los aficionados debemos de exigir, sobre todo en las plazas de primera, el toro cuajado, como mínimo con 4 años y 5 hierbas, porque sabemos que no tiene el mismo mérito una cosa y la otra. Los que se sitúan en esa franja de transición entre la adolescencia y la madurez, y que no se puede determinar con el calendario porque cada toro tiene su propio ritmo de desarrollo, no es todavía un toro, es un 'novillo-toro' que debe rematarse para poder ser lidiado en una plaza con la categoría de “La Misericordia”. A las cosas hay que llamarlas por su nombre y los que se lidiaron ese día, tal y como mostró su presentación, no reunían el trapío exigible en una plaza y en una feria de primera, no eran todavía toros... eran 'novillos-toros'.

Destacar que hubo un 'novillo-toro' magnífico, el 5º, “Buscatodo”, negro, con 543 kilos, y 4 años y 1 mes de edad, que no fue castigado en varas y resultó un filón para la muleta. Se venía de lejos, metía la cara, tenia recorrido… se toreaba él solito… como vulgarmente se dice: “se le caían las orejas”. Tuvo la mala suerte de que su matador fuera Antonio Barrera…

jueves, 9 de octubre de 2008

EL TORO PARADO

En los archivos de audio que está publicando “La Cabaña Brava” durante esta Feria del Pilar 2008, recogiendo las opiniones de diversos aficionados a la salida de los festejos (que enlazo en la columna contigua), y refiriéndose a la corrida de “Adolfo Martín” recién terminada, dice uno de los entrevistados: “me ha parecido un calco de la de ayer”. La corrida “de ayer” a la que hace referencia era la del “Conde de la Corte”, de la cual ya dejé escrita mi opinión en la entrada titulada “El toro pasota”.

No le falta razón a este aficionado, en las dos corridas han salido cinco toros absolutamente descastados que, por esa condición, nunca debieron de haber llegado a la edad de toro -y eso hay que ponerlo en el debe del ganadero-, y uno aprovechable, noble, pastueño y con algunas dosis de bravura, y que fueron mejor o peor aprovechados por los matadores que les cayeron en suerte -o en desgracia-, pero si profundizamos un poco más en el análisis, si nos fijamos en los pequeños detalles, podemos apreciar alguna diferencia que no deja de tener su importancia.

Los ‘toros pasotas’ del “Conde de la Corte” se desentendían de la pelea pero se mostraban molestos ante los engaños que les presentaban y trataban, en su huida hacia espacios más tranquilos, de quitárselos de encima embistiendo con genio. Los ‘toros parados’ de “Adolfo Martín” ni se inmutaban, se quedaban allí, parados a escasa distancia de su matador, quietos, sin hacer nada, ni siquiera buscar la salida hacia espacios más despejados.

La corrida tuvo fachada, estuvo bien presentada, salvo un par ejemplares algo escurridos, con edad, leña en los pitones y el poder justo para aguantar, sin entregarse, un puyazo y un picotazo. Una vez pasado ese trámite los toros -cinco- se paraban, se desentendían de la lidia y entraban en un estado de quietud desesperante tanto para los toreros como para los sufridos espectadores que nos habíamos dado cita en “La Misericordia” con la ilusión de presenciar todo lo contrario de lo que estábamos viendo.

El ‘toro parado’ es así. Ni se quita las moscas cuando le molestan en su quietud. Hubo ocasión en que, mientras el matador de turno gesticulaba a poca distancia de su testuz tratando de fijar su atención, el toro miraba plácidamente a izquierda y derecha sin ninguna intención de moverse. El ‘toro parado’ es así: ni huye, ni embiste, ni se defiende, ni se queja, ni se molesta, se queda quieto y espera que pase el tiempo, alguno, como el último de la tarde, parecía que miraba al reloj de la plaza como cronometrando su propia lidia. El ‘toro parado’ es así: desesperante.

En la parte positiva de ambos festejos, el 2º del “Conde de la Corte” y el 5º de “Adolfo Martín”, también podemos encontrar alguna diferencia. El primero empujó en el caballo y en la muleta se venía de largo, metía la cara y tenía recorrido. Fue un toro noble que yo clasificaba en la categoría del ‘toro bobo’. El de “Adolfo Martín” también fue noble, demasiado dulce si tenemos en cuenta su procedencia, pero su pelea en el caballo estuvo por debajo, había que citarlo en corto y, aunque metía la cara, su embestida era más sosa y de menor recorrido.

Si la corrida de “Adolfo Martín” adoleció de poder, pues se saldó con seis varas suaves y seis picotazos leves, y ese debe ser un problema preocupante para el ganadero, lo más grave es el descastamiento que se adivina detrás del comportamiento de sus toros. Eso, aunque se le parezca en la forma, no es el toro bravo, no sirve para la lidia. El ganadero sabrá lo que busca y como lo busca, por la nobleza que todo el encierro mostró parece que sus intenciones van dirigidas hacía la dulcificación de sus productos, quizás en ese viaje en busca de la comodidad se aleje de las características esenciales que definen el encaste de su ganadería. Debe de tener en cuenta que puede ser un viaje sin retorno.

martes, 7 de octubre de 2008

EL TORO PASOTA

Según me han dicho los que la han visitado, la finca donde pastan los toros del Conde de la Corte es enorme. Eso me hace pensar que quizás los toros mayores, los que están en edad de ser lidiados, los que llevan más de cuatro años de convivencia en una finca tan grande, deben de tener algún rincón escondido en donde se escaquean de sus obligaciones como toro de lidia que, como los atletas que van a las Olimpiadas, deben de alcanzar su mejor estado de forma cuando les llega la hora de ser lidiados. En vez de eso se dedican al 'pasotismo'. Si no es así no me explico el comportamiento de cinco de los seis toros de ayer.

Lo digo porque los toros del Conde de la Corte que se corrieron en el ruedo de “La Misericordia” podríamos clasificarlos en el apartado del ‘toro pasota’. No eran ni mansos ni bravos, ni andaban sobrados de fuerza ni se caían, ni embestían ni dejaban de embestir… Se dejaban pegar en el caballo como para cumplir un trámite, estaban pero pasaban de estar, acudían a los engaños para quitárselos de encima, recelando, sin entregarse, enterándose de lo que se dejaban atrás pero sin interesarles la presa… pasaban del juego para el que habían sido requeridos y sólo buscaban el sitio en donde menos les molestaran.

Salían por la puerta de chiqueros recelando, quizás molestos por haber sido rota su tranquilidad en el chiquero, embestían para despejar su terreno, para tener una salida, una escapatoria hacia espacios más despoblados, para no comprometerse en ninguna pelea. Iban a la puerta de chiqueros cuando no había nadie allí, pero en cuanto alguien se acercaba a ese terreno huían hacia la otra punta del ruedo, donde no hubiera nadie. Acudían al caballo con la misma intención, sin emplearse en ningún momento, saliéndose de la suerte por su cuenta cuando comprobaban que era imposible mover aquella mole de su sitio, optando por retirarse hacia otros espacios más tranquilos. Y así fueron todos, todos menos uno, el segundo, que por su comportamiento parecía que, en vez de haber sido asiduo al rincón de los ‘pasotas’, lo había sido del de los ‘bobos’.

¿Qué decir de lo sucedido? Que con el bobo que hizo segundo, que hasta empujó y estuvo a punto de derribar la mole de picar, Robleño estuvo bien, pero era tal la bobería del bovino que aquello no emocionaba a nadie, y si a eso le sumamos una estocada defectuosa, pues se esfumó el triunfo. Encabo, más puesto por más toreado, disimulo mejor el pasotismo de sus enemigos. Alberto Álvarez, que hacía su segundo paseíllo de la temporada y es un torero que no sabe disimular, estuvo como siempre… ni bien, ni mal… como siempre… sales de la plaza y ya no te acuerdas si ha toreado.

En total: 5 toros pasotas, 1 toro bobo y 2 horas de aburrimiento.

Notas:
1. Lo que yo llamo ‘pasotismo’ es, en el lenguaje taurino, ‘descastamiento’, y esa es la peor enfermedad que puede entrar en una ganadería.
2. Pueden escuchar un archivo de audio con las opiniones de diversos aficionados sobre el comportamiento de la corrida, recogidas al finalizar el festejo por “LcbRadio”, y que enlazo en la columna contigua.

domingo, 5 de octubre de 2008

MEDIA CORRIDA

La corrida que ha presentado Dolores Aguirre en la Feria del Pilar de Zaragoza ha sido media corrida. Tres y tres. Los tres primeros, por diferentes motivos, impresentables para una plaza de primera. Los tres últimos, con cuajo y leña en los pitones, marca de la casa. En general han resultado mansos, pero encastados y nobles.

El primero, que nunca tendría que haber salido al ruedo de "La Misericordia" porque lucía unos pitones más apropiados para el arte de la pintura de brocha gorda que para el arte del toreo, fue un toro con poder que, a pesar del fuerte castigo recibido en varas, se quedó crudo y desbordó a Mari Paz Vega en la faena de muleta, lo mató yéndose descaradamente por la tangente. El segundo fue un inválido. El tercero, cinqueño, fue el de más feas hechuras de la corrida, y con fundadas sospechas de haber pasado por la peluquería. Resultó un toro noble que en nada se pareció a sus hermanos, ni en el comportamiento, ni en los pitones, ni en el poder. Si no hubiese sido por la divisa que lucía podríamos haberlo confundido con uno de esos toros artistas que tanto abundan por nuestras plazas y que tanto gustan a las figuras. Aunque si apunta la ganadera por este lado, y consigue dotar a los toros como este de las hechuras de sus hermanos, quizá se le abran nuevos horizontes en un futuro no muy lejano.

Los que habían visto la corrida en los corrales decían que los tres últimos toros eran de aúpa, y así fue, porque estos tres toros si que estaban en el tipo de la ganadería: largos, hondos, con poder, con pitones y con esa mansedumbre encastada que hace que, como dice Félix, se mantengan en los medios si se les plantea la faena ahí.

El cuarto le debió de cambiar 'la color' a Mari Paz Vega en cuanto lo vio salir al ruedo. Se inhibió de la lidia y esta se convirtió en una capea de pueblo en la que el toro campaba por sus respetos. Fue masacrado en varas sin contemplaciones y llegó al último tercio herido de muerte. Aburrido del insulso trasteo de su matadora fue parándose hasta que se murió. No hubo ocasión de realizar la suerte suprema, de eso se habían encargado los picadores, y fue apuntillado.

El quinto toro recibió hasta ocho picotazos yendo de un caballo a otro y de un lado a otro del ruedo. Parecía un manso de libro, pero Iván Vicente le planteó la batalla en el tercio del tendido 3 y el toro allí la aceptó. El pitón bueno era el izquierdo y, sin dudarlo, después de sacar el toro de tablas, se echó la muleta a la izquierda y toreó al natural. Unos fueron mejores, otros peores, pero todos de verdad. No hubo una serie ligada ni rotunda y los tendidos no se calentaron del todo, pero había estado y lo había intentado, que no es poco.

El mejor toro de la corrida, en mi opinión, fue el sexto, "Burgalés" de nombre, negro mulato bragado, de 537 kilos y nacido en abril de 2004. En la primera vara, y empujando tan sólo con el pitón izquierdo, sacó al caballo hasta los medios, fue una vara larga y dura. La segunda que tomó también fue, además de trasera, fuerte. El tercio se cambio después de un leve picotazo. El toro quedó franco para la muleta y, a pesar del castigo recibido, con poder. Había que bajarle la mano, como a todos, y "Joselillo" se la bajó. Se lo llevó a los medios mandándole por bajo y el toro fue largo, codicioso y obediente, mejor por el pitón derecho, pero pecó de la misma enfermedad que su compañero, junto a muy buenos pases sueltos no hubo una serie ligada y vibrante que convirtiera los aplausos en ovaciones. En varios momentos de la faena estuvo en un 'tris' de conseguirlo, pero no pudo ser. Al final, el toro por encima del torero, aunque este no se arrugó y dejó buen sabor de boca.

viernes, 3 de octubre de 2008

LOS TOROS EN BREA DE ARAGON

El primer signo de la cercanía de las fiestas era la aparición de los tablones y pilares que iban a formar la plaza de toros y el recorrido del encierro. Solía ocurrir una semana antes del día señalado para el chupinazo. Esa semana para nosotros, los niños, ya eran días de fiesta. De repente, con urgencia, aparecían las astas que algunos padres habían comprado a sus hijos en la subasta de despojos de años anteriores y que durante casi un año habían permanecido olvidadas en algún rincón de la casa. Olían a podrido, pero era el juguete más deseado en aquellos momentos por todos nosotros. En la plaza, entre los tablones amontonados en el suelo, se formaban varias capeas a la vez, tantas como cornamentas había. Capas, muletas y trebejos para torear no faltaban: las batas de la escuela, las chaquetas, los pañuelos, un par de palos que hacían de banderillas, o servían para estaquillador y estoque… y venga toros.

A lo largo de la semana los operarios del ayuntamiento iban colocando cada tabla en su sitio para formar el esqueleto de la plaza. Luego, después de la subasta pública de los pilares, que era el espacio que compraban las peñas para montar sus tablados, la plaza se convertía en un hervidero. En un par de días había que dejarlo todo listo, si fuera posible antes del chupinazo del sábado, y todos los peñistas, con sus respectivos padres, tíos y abuelos, se ponían manos a la obra y, de golpe, se convertían en ingenieros, albañiles o carpinteros… Trasformar la plaza mayor del pueblo en plaza de toros se convertía en una urgente tarea colectiva: Carros, tableros, bidones llenos de tierra, puertas viejas, andamios, maderos, tablones, cuerdas, alambre, clavos, martillos, tenazas, sierras… y un trajinar constante de gente trayendo o llevando las más variopintas cosas y, todo ello, en medio de un griterío ensordecedor, acompañado por el ritmo intermitente de los martillazos y regado abundantemente con los primeros tragos.

Los toros eran el eje de la fiesta: desde el viaje para ir a comprarlos, punto de arranque del trabajo de la comisión de festejos que concluía en las fiestas patronales de la primera semana de octubre; o el trabajo para transformar la plaza, colectivo y desinteresado, donde cada uno aportaba sus mañas y conocimientos; o la ansiedad y curiosidad que iba creciendo conforme se acercaba la fecha y la hora de la llegada de los toros, y que sólo se calmaba cuando, de boca en boca, se corría la voz de que ya había llegada el ganado. A los toros entonces ya los traían en un camión, durante la madrugada del lunes, para ser corridos en el encierro al amanecer. La noche del lunes, en espera de la suelta de los toros, se perdía, no se dormía -los niños sí nos íbamos a la cama, pero con la firme promesa de que nos despertaran para el encierro, además mi casa estaba situada dentro del recorrido, con un balcón y una ventana en el granero que daban a la calle-. De madrugada, después del baile, se recenaba en las peñas, para recuperar fuerzas, y se daban los últimos tragos para combatir el frío o reunir el valor suficiente para correr delante de los toros. A las 8 en punto de la mañana, con los balcones, barreras y tablados llenos de mujeres y niños somnolientos y muertos de frío, se lanzaba el cohete que anunciaba la suelta de los toros.

Según me contaron los que lo vivieron, hasta finales de los años cuarenta los toros venían andando por el barranco de “El Juncal”, o por “Piedrabuena”. En aquellos tiempos solían ser tres toros, que correspondían a los kilos de carne que se habían comprometido a comprar los vecinos del pueblo. Los despojos de los animales eran subastados al día siguiente de su sacrificio en el salón de actos del ayuntamiento. Esta práctica llegó hasta la época de mi infancia y aún recuerdo con nitidez la escena, los despojos -cuernos, corazón, testículos, patas, morro, hígado, vejiga, aparato reproductor…- depositados en baldes en el salón de plenos del ayuntamiento; al lado del balde repleto de despojos, un encargado de mostrar la pieza subastada; en la mesa presidencial, con martillo en mano, el subastador y el salón lleno de compradores y curiosos. Que decir que para los niños el trofeo más preciado eran los cuernos, pero también eran los más solicitados y, por lo tanto, lo más caro y, en aquellos tiempos, no es que sobrara el dinero. Pero lo más curioso de la sesión eran los piques entre los compradores para quedarse con alguna víscera de su gusto, a veces ocurría que a unos les costaba más cara de lo normal, o bien, otros, por pasarse de listos y no parar a tiempo, se quedaban con una pieza que no querían y que, además, les había costado una buena cantidad de dinero.

El lunes por la tarde era el primer día de toros y, a su reclamo, además de maletillas que llegaban de los sitios más inverosímiles, acudían forasteros de los pueblos de alrededor, amigos y familiares, que en su día habían sido anfitriones en sus respectivas fiestas patronales. Era, sin duda, el día del año que más gente había en el pueblo. El jolgorio era grande, pero mayor era la expectación que se apoderaba de la gente que abarrotaba los tablados, tanto arriba como debajo, los balcones y ventanas que daban a la plaza y los más valientes que esperaban en el improvisado ruedo. El toro que se mataba ese día era el de mejor presencia de los comprados, y en el juego que ofreciera en la plaza se jugaba el honor de los breanos y el renombre de las Fiestas de su pueblo: Brea de Aragón.